1677. Preformación y microscopio de van Leeuwenhoek


En 1677, el fabricante de lentes holandés Antoni van Leeuwenhoek (1632-1723) descubrió espermatozoides vivos –animálculos como él los llamó– en el líquido seminal de varios animales, incluido el hombre. Adeptos entusiastas escudriñaban por el "espejo mágico de Leeuwenhoek" (su microscopio casero) e imaginaban ver, dentro de cada espermatozoide humano, una criatura diminuta, un homúnculo u "hombrecito". Se pensaba que esta pequeña criatura era un futuro ser humano en miniatura. Una vez que se implantaba en el vientre de la hembra, el pequeño ser se nutría allí, pero la única contribución de la madre era la de servir de incubadora para el feto en crecimiento. Cualquier semejanza que un niño pudiera tener con su madre, sostenían estos teóricos, se debía a las "influencias prenatales del vientre". ¿Cómo se formó el germen en la simiente? Surgió entonces la siguiente postura: todos los organismos (pasados, presentes y los que nacerán en el futuro) existen desde siempre, desde el primer acto creador y están a la espera de ser activados mediante la fecundación. Esta es la teoría preformista. Como la generación de un nuevo ser necesita del mantenimiento de ciertas estructuras a lo largo del tiempo, las simientes debían proporcionar esa continuidad. Esto no podía ocurrir a través de la mezcla de simientes, sino del mantenimiento de la pureza. El papel de la unión de las células sexuales, es decir la fecundación, sería sólo el de activar el crecimiento del germen. Además, se realizaron otros hallazgos significativos: se descubrió que las hembras vivíparas y las ovíparas son esencialmente iguales, ya que en ambas existe un "huevo" que se desarrolla dentro de su matriz o junto a ella. Durante la misma década de 1670, otro holandés, Régnier de Graaf (1641-1673), junto con el naturalista inglés William Needham (1713-1781) se dedicaban al estudio cuidadoso de los órganos reproductores de los mamíferos. Así, de Graaf describió por primera vez el folículo ovárico, la estructura en la cual se forma el óvulo humano. Aunque el óvulo real no se vio hasta pasados otros 150 años, su existencia fue aceptada rápidamente. De hecho, de Graaf atrajo a una escuela de adeptos, los ovistas, quienes estaban tan convencidos de sus opiniones como los animalculistas –o espermistas– lo estaban de las suyas. En poco tiempo, ambos se enfrentaron abiertamente. Los ovistas sostenían que era el óvulo femenino el que contenía el futuro ser humano en miniatura; los animálculos del líquido seminal del macho simplemente estimulaban su crecimiento. Ovistas y espermistas por igual llevaron esta discusión un paso lógico más adelante: si cada homúnculo tenía dentro de sí otro ser humano perfectamente formado –pero más pequeño–, dentro de éste debía haber otro, y así, sucesivamente, debía contener hijos, nietos y bisnietos, todos ellos en reserva para un uso futuro. Algunos ovistas fueron aun tan lejos como para decir que Eva había contenido dentro de su cuerpo a todas las generaciones no nacidas que todavía estaban por venir, con cada óvulo encajando perfectamente dentro de otro a la manera de las muñecas rusas. Explicaban que, cada generación de hembras, desde Eva, había contenido un óvulo menos que la generación precedente y que, después de 200 millones de generaciones, todos los óvulos se habrían terminado y la vida humana llegaría a su fin. ¿Existía para esta postura alguna base experimental? No, todas las simientes analizadas no parecían poseer en su interior tales seres en miniatura. Sin embargo, los defensores de la preformación decían que los gérmenes eran tan infinitamente pequeños que no se podrían observar ni con la ayuda del microscopio.

Véase también cap. 8